David
Mamani Cartagena
Ante la gentil invitación de parte de la carrera de Literatura de la UMSA (Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, Bolivia), con el fin de elaborar una
lista con las 10 películas fundamentales de Bolivia (1); aclaro que esta selección
subjetiva no obedece un orden cronológico ni preferencia hacia algún director
en particular, en el sentido de ubicar cada una en un ranking o posición
determinada.
Siguiendo este antojadizo
ejercicio de elegir las 10 películas fundamentales, debo partir aclarando
(desde mi percepción) el principio “fundamental” que nos convoca. Se podría
afirmar que Bolivia posee una vasta obra cinematográfica, redundante en el
sentido de plasmar “lo boliviano” en términos de identidad (cómo nos vemos y
aceptamos), empero la construcción de lo nacional sigue en curso por cuanto la
contemporaneidad boliviana nunca termina de definirse. Sirva entonces esta
lista para concluir esa infinidad desde el arte cinematográfico, y considerando
estas obras “fundamentales”, como una primera parte de lo que se seguirá
produciendo ulteriormente.
Ubicando estas producciones en la historia
de Bolivia, casi todas realizadas a partir de la época democrática (década los
80’s), está claro que siempre se ha destacado la interculturalidad boliviana.
El caso de “La nación clandestina” como “Los hijos del último jardín” de
Sanjinés, representan esa lucha interior de los bolivianos sobre el sentido de
pertenencia hacia algo, arrastrando como herencia (orgullosa) o como carga
(negativa), su origen étnico/racial/clase social en un contexto urbano/rural.
“Mi socio” y “Los hermanos Cartagena” de
Paolo Agazzi, se alejan de la imagen reivindicativa de Sanjinés y adoptan un
discurso común del cine boliviano. En particular “Mi socio”, apelando a la
integración entre cambas y collas, la migración, la empatía casi forzada entre
dos realidades. “Los hermanos Cartagena” relata el trato del patrón criollo
hacia el pongo como tal, ambientada pre revolución del MNR en 1952. A ratos
cumple también una estéril denuncia
anacrónica, empero refleja la historia del país y merece ser tomada en cuenta.
En cuanto a “El corazón de Jesús” de Marcos
Loayza y “Hospital Obrero” de Germán Monje; dichos filmes se alejan de esa
cualidad “boliviana”, cuyas historias podrían remitirnos a otras realidades fuera
del país, es decir que podrían suceder en cualquier parte del mundo,
encontrando los mismos personajes con diferentes nacionalidades. Ambas
películas construyen la riqueza de lo cotidiano, retratando la miseria humana
con humor inteligente y con una carga de filosofía light.
Voy a hacer mención especial de la película
de Rodrigo Bellot, “¿Quién mató a la llamita blanca?”, a pesar de haber
coincidido y discrepado alguna vez sobre esa metáfora que construyó Bellot
sobre la bolivianidad. Me refiero a la “llamita” como esa ingenuidad o sentido naif
que poseemos todos los bolivianos y que en algún momento de nuestras vidas nos
fue arrebatada. Al margen de la estética, de lo “kitsch” o “barroco” de su
discurso en imágenes, calificativos esgrimidos por algunos snobs de la crítica
nacional, apelo al sentido del humor de los bolivian@s, sobre la capacidad de
reírnos de nosotros mismos e indagar quién mató a la llamita blanca.
Debo referirme también a Bellot, como a
Martín Bouloq y Sergio Bastani, en su filme “Rojo, amarillo, verde”; como una
nueva generación del cine nacional. Esta obviedad trajo consigo una renovación
o ruptura, ergo nuevas sensibilidades en el séptimo arte nacional.
Sobre este filme, voy a hablar poco de “Rojo”
como de “Verde”, porque ambas partes cumplen con una historia simple. “Amarillo”
se aleja y a ratos podría calificar como un videoarte, por lo abstracto de su
discurso, los símbolos, silencios, escasez de diálogos, etc. Prefiero evitar
decir “experimental” porque cumpliría con el cliché de los snobs críticos de
cine nacional de los que hice mención antes.
Finalmente hay que reconocer que Juan
Carlos Valdivia se aproxima a la figura de Sanjinés, el relato de lo nacional a
través de la migración campo-ciudad, y así también la cultura de un pueblo, en
este caso el guaraní, del que muy poco se ha hablado en cine boliviano.
“Zona sur” demuestra un avance o la re significación de una clase social. El cholo paceño que sube al poder ante la decadencia de la clase alta que lo tuvo al margen durante buen tiempo. Sería errado pero me arriesgo a decir que “Zona sur” cumple una tarea de panfleto ante los cambios actuales que vivimos, desde la asunción de Evo Morales. Sea comprendida y perdonada (con ironía) mi sentencia.
“Zona sur” demuestra un avance o la re significación de una clase social. El cholo paceño que sube al poder ante la decadencia de la clase alta que lo tuvo al margen durante buen tiempo. Sería errado pero me arriesgo a decir que “Zona sur” cumple una tarea de panfleto ante los cambios actuales que vivimos, desde la asunción de Evo Morales. Sea comprendida y perdonada (con ironía) mi sentencia.
“Tierra sin mal-Yvy Marey”, es
quizá el punto más alto del cine nacional, porque explora los rituales y la
cosmogonía del pueblo guaraní asentado entre los departamentos de Santa Cruz,
Chuquisaca y Tarija. Una suerte de advertencia por la posible desaparición de
una cultura, que sobrevive a través de su lengua. La narración de la película
que se inicia con la nada y que según el pueblo guaraní, el mundo se creó a
través de la palabra. Filosofía milenaria conjugada con la voraz globalización
que vivimos, Ivy Maray debería forjar un nuevo rumbo del cine nacional, como la
nada, partir de un nuevo punto cero en adelante, para descubrir nuevas
palabras.
(1) La lista final saldrá publicada en diciembre previa tabulación de datos obtenidos en el sondeo dirigido a varios periodistas culturales, críticos de cine, realizadores, etc.
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