domingo, 24 de diciembre de 2006

"LOS DAÑOS" DE MAXIMILIANO BARRIENTOS


2006 ha sido un año de cosecha para el joven escritor cruceño Maximiliano Barientos, con su primera obra titulada “Los Daños”. El libro fue presentado oficialmente en la VII Feria Internacional del Libro de Santa Cruz así como la XI Feria Internacional del Libro de La Paz, recibiendo elogiosos comentarios. A continuación una entrevista con Barrientos y un comentario de la obra literaria enviada por la destacada escritora local, Giovanna Rivero.

¿Cómo fue el proceso de realización de la obra?

Éste es el primer libro que publico pero no es el primer manuscrito que armo. Hay como tres o cuatro manuscritos de cuentos y unas tres novelas, pero fueron manuscritos de aprendizaje, creo que ésa es la mejor forma de verlos, por eso es mejor que se queden guardados.

Decidí publicar este libro porque sentí que había un terreno más firme, intuí por qué lado quería ir, qué territorio quería explorar. En ese sentido el manuscrito en apariencia se armó rápido. De los ocho cuentos, seis fueron escritos el 2005 y dos el 2004.

Lo que conecta a los cuentos de este volumen con algunos trabajos anteriores, es la constancia de ciertos personajes, como el caso del escritor Esteban Olivares y de Sebastián, que es un personaje del primero.

¿El personaje Esteban Olivares es una referencia a tu familia [apellino materno del autor] o es solo una coincidencia?

Es un juego. Juego con la ambigüedad que se da entre ficción y realidad. Se puede pensar en una línea de personajes-escritores que han sido alteregos de ciertos autores, pero en ningún momento habría que pensar que estos personajes son los autores, en todo caso representan la parte de sí mismos que los escritores quieren mostrar o la parte que podría funcionar mejor como un personaje literario. Roberto Bolaño, por ejemplo, tenía a “Arturo Belano” y Ricardo Piglia lo tiene a “Emilio Renzi”. Y esto sólo para hablar en la literatura latinoamericana, en la norteamericana podemos citar a Philip Roth con su “Nathan Zuckerman” y a Charles Bukowsky con su “Henry Chinaski”. A Esteban Olivares prefiero pensarlo no como un personaje autobiográfico (aunque definitivamente hay mucho de autorreferencia), sino como un experimento donde la ficción cuestiona, indaga, revela, problematiza aspectos de una realidad privada con una particularidad que sólo la tiene la literatura. Es, además de esto, una forma de distancia necesaria, que, tengo la impresión, es una especie de marca de identidad en la literatura contemporánea: eso de hablar de sí mismo en tercera persona, eso de escribir autobiografías fragmentarias como si se hablase de otra persona, lo que permite no caer en los patetismos subjetivos que son tan comunes cuando se escribe en tono confesional.

¿Pero tiene semejanza con tu vida pasada?

No solo con mi pasado, sino con ciertas búsquedas estéticas y vitales que quizás sean más importantes que los posibles contenidos biográficos. Pero tampoco es una constante, no es un personaje que está en todo lo que escribo, así que no es un chivo expiatorio, no me gusta pensar la literatura en esos términos, al menos ahora, antes tenía otras ideas.

Esteban es prácticamente un testigo, una persona que pasa en las ficciones como un observador, su participación es escasa, es un mirón, un vouyeurista (salvo en el cuento “Viaje”, donde se narra la relación que sostuvo con Margot, personaje que también está en algunas ficciones anteriores). La forma con la que se interrelaciona con la realidad es escribiendo la vida de Sebastián. A Sebastián es al que le pasan las cosas, Esteban las mira a través de él. Carver decía: “Yo no soy mis personajes, pero todos mis personajes son yo”. Creo que ésta es una idea con la que se puede aproximar con lucidez a la relación entre el autor y sus personajes.

Quizá el autor sabe cuando termina la realidad y cuando empieza la ficción, y no así el lector en este caso.

No, mirá, yo creo que cuando el libro sale se convierte en un producto y al ser un producto la lectura del autor es tan válida como la lectura de cualquier lector, es decir que no hay ninguna relación de autoridad. Hay que entender al libro como un objeto que produce efectos. Deleuze hablaba de la caja de herramientas, es decir el libro no se interpreta, el libro produce reacciones, si el libro produce reacciones es válido, si no las produce, se lo deja a un lado. A pesar de todas las distancias que tengo con Ronald Barthes, aprecio la autonomía que le concede al texto. El francés, al anunciar ‘la muerte del autor’, permitió que los lectores se aproximen al texto sin pensar en la relación subjetiva que pueda tener éste con su autor: no hay autor, hay un texto que produce reacciones, que te permite mirar con cierta lucidez un abandono amoroso o la muerte de un padre o la amargura de descubrir que sos un cantante de rock sin talento. El libro tiene que ser un objeto que sirva para marcar territorios en la vida de los lectores- y para que éstos miren sus propios espacios con más lucidez-, más allá de si el contenido de este objeto está relacionado en cierto modo a la vida del autor o no. Creo que eso al final no importa. Importa que sea buena o mala literatura, y una buena literatura es la que produce efectos.

El hecho de utilizar los mismos personajes abre la posibilidad de una secuela, una segunda parte de lo que ya hiciste?

Me seduce la idea de crear un territorio ficticio, algo que ya se hizo antes. El primero quizá haya sido Faulkner con su Yoknapatawpha, aquí en Latinoamérica fue Onetti quien inauguró esa línea con su entrañable y tristísimo Santa María. En Bolivia Edmundo Paz Soldán hizo algo parecido con Río Fugitivo y en Argentina Rodrigo Fresán con su Canciones Tristes. Quizás, antes que con todos ellos, haya una mayor afinidad con lo que Salinger hizo con la familia Glass, esos raros y entrañables personajes inadaptados, genios precoces con angustias religiosas. El norteamericano no inventa un territorio, inventa una saga de personajes que se hacen guiños continuamente, cuyas existencias están interrelacionadas. En mi caso, me gusta la idea de crear un territorio de personajes cuyas vidas transcurren en ciudades reales, no ficticias, cuyas historias sucedan la mayor parte del tiempo en Santa Cruz, el Santa Cruz que yo conozco y del que quiero hablar. Esto permite darle continuidad a los personajes, acercarse a ellos a través de distintas perspectivas. Los personajes no se agotan cuando se acaba el libro. Sin embargo esto no quiere decir que siempre trabajaré con un determinado número de personajes.

En el tema de la literatura local o nacional, ¿por qué no ha trascendido como otras conocidas internacionalmente?

Creo que el problema es una cuestión de infraestructura, de esto ya se ha hablado y es bastante obvio. Bolivia no tiene una infraestructura para hacer una literatura de peso, pero se están dando algunas mejorías. Otra de las razones de este atraso es la idea de “escritor” que ha primado en las sucesivas generaciones en Bolivia, especialmente en La Paz. Hay una idealización del escritor “marginal”. ¿Y qué es lo que produce esta idea?, genera un tipo de escritor ocasional, un escritor que no trabaja, un escritor que no se ha disciplinado, un escritor que escribe por iluminación, cosa que es imposible. Detrás de toda gran obra hay muchísimo profesionalismo. Una escritura desde los márgenes puede dar un buen libro, pero no sé si una obra. Creo que a Bolivia le faltó eso, profesionalismo, disciplina, sentarse y trabajar en serio, toda esa cantaleta de la que tanto se vanagloria Vargas Llosa, una cantaleta que suena pesada, pero que en un primer momento es muy necesaria. Otra de las razones, que está relacionado con la ausencia de infraestructuras, aunque no es una condición indispensable, es la mala lectura o la lectura atrasada, que es un lugar en el que cae el escritor boliviano. Aquí se sigue leyendo a Borges como si fuera la vanguardia de las letras Latinoamérica, cuando hay un montón de generaciones que se han hecho camino y han aportado cambios importantísimos en la narrativa. Y esto sólo por hablar de literatura latinoamericana, el desconocimiento de la literatura extranjera contemporánea en Bolivia es total. Casi nadie, y esto es triste, ha leído a Handke o a Moody, a McEwan, a Cheever, a Harold Brodkey, a Foster Wallace, a Homes o a Bernhhard, a Alan Pauls o a Fogwill… Hay un notable atraso de conexiones e influencias literarias, por eso la literatura que se escribe acá no es muy fresca, cuando lees un texto te da la impresión que se ha escrito hace cuarenta años, a veces, tenés la impresión de que estás leyendo una novela del siglo XIX.

Finalmente, ¿qué otros proyectos tienes a futuro?

Estoy corrigiendo una novela que es bastante extensa, tiene como 540 páginas, no sé cuántas van a quedar. Por otro lado estoy escribiendo un libro que tendrá tres cuentos largos, estoy por acabarlos, solo me falta el tercero. Ese libro se llamará “Hoteles”.


Maximiliano Barrientos nació en Santa Cruz, en 1979. Estudió Filosofía y letras en la Universidad Católica de Cochabamba. Actualmente se dedica al periodismo cultural, publica artículos de literatura, música y cine en el suplemento Brújula de EL DEBER, así como otros suplementos culturales del país. Fue finalista del concurso de cuentos Franz Tamayo de 2004. “Los Daños” es su primer libro y actualmente se encuentra trabajando en una novela y en un libro de cuentos.


ESE DOLOR
GIOVANNA RIVERO



Presentar un primer libro es siempre una provocación, un gesto violento. Con un primer libro el escritor ha decidido exponerse al lector y de algún modo la intimidad que antes sólo le pertenecía a él, a los momentos de creación, los largos momentos ante la pantalla, sobre el teclado, esa intimidad ahora se torna vulnerable.

La vulnerabilidad, de hecho, es una constante en los personajes de “Los daños”. La fragilidad, o un histrionismo de ella, bien podrían inscribir este libro bajo una nueva categoría generacional: Lad Fiction. Literatura minimalista, escrita por jóvenes, generalmente varones, sobre los sucesos privados que definen un destino: la novia que los deja, el padre ausente, el desencanto, la iniciación sexual, un displicente narcisismo con resonancias de timidez. Los ocho cuentos que conforman esta obra están escritos con una prosa limpia, capaz de anunciar a un narrador que no se esquinará en los trucos, los efectismos ni los finales redondos, y lo que es inusual, tampoco en el sarcasmo o la ironía, pero que tampoco le hará ascos a la ternura. Sospecho que ahí reside el cambio, la ruptura.

Cuentos como “Vidas ejemplares”, trabajados en un tono confesional, autorreferente, nos demuestran eso: el intimismo no es un artificio narrativo, es una posición literaria. Si uno es irónico todo el tiempo está falseando la verdad, adulterando las cosas, esquinándose, perdiendo energía. Pero si no hay esa máscara, la de la ironía, estarán ahí, simple, sucia, emotivamente, los hechos. Barrientos nos propone narrar desde los hechos. Se trata, entonces, de una narración del continuum, como la vida misma, y en ese sentido los puntos de inflexión no están en las muertes de sus personajes, ni en los amigos que traicioneramente se casan y forman familias, ni siquiera en el propio fracaso. El tema de ser joven y saber, desde una dolorosa lucidez, que sólo se trata de un tiempo, una era absoluta y brillante, una galaxia con caducidad, ese dolor, digo, está presente en la mayoría de las historias de este volumen. Y sólo quedarán como pruebas de esa juventud, las fotografías, registro despiadado del deterioro. Me arriesgo a afirmar que las fotografías constituyen el leitmotiv de Barrientos, no sólo como la unidad mínima de narración, sino, incluso, como las ineficientes prolongaciones de la adolescencia. En una fotografía hay un tiempo, un espacio, una circunstancia condensados; todos sabemos que dos fotografías, pegadas una tras otra, ya establecen una historia. Para Barrientos, la fotografía es la medida de la nostalgia, ahí están los rasgos de la cara, el desconocimiento del futuro y, sobre todo, la constancia de los hechos, sin que los corrompa ninguna subjetividad.

Por ejemplo, en el cuento “Fotos tuyas cuando empieces a envejecer” se nos permitirá ingresar a la historia como a través de una cámara digital, para observar cómo envejecen nuestros amigos, y esas escenas formarán parte de nuestro álbum privado, un showing que no compartiremos. A medida que se abandona la veintena las iremos proyectando en la pantalla mental como una obsesiva, masturbatoria y dolorosa idea fija. Eso también percibo de la narrativa de Barrientos, una idea fija acerca de cómo ser fiel a los hechos ¿cómo se narra de un modo que la vida no se transforme en un fábula o en juego de seducción? ¿Qué otra cosa es narrar sino un modo de organizar la violencia del amor, las existencias no siempre paralelas o recíprocas de los otros y, sobre todo, la idea de uno mismo? Puedo asegurar que estos cuentos activan los resortes de esas preguntas. En mi opinión, no hay nada tan mortal como una buena pregunta.

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