lunes, 18 de noviembre de 2013

SOBRE LO BOLIVIANO EN EL CINE

David Mamani Cartagena


Ante la gentil invitación de parte de la carrera de Literatura de la UMSA (Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, Bolivia), con el fin de elaborar una lista con las 10 películas fundamentales de Bolivia (1); aclaro que esta selección subjetiva no obedece un orden cronológico ni preferencia hacia algún director en particular, en el sentido de ubicar cada una en un ranking o posición determinada. 

Siguiendo este antojadizo ejercicio de elegir las 10 películas fundamentales, debo partir aclarando (desde mi percepción) el principio “fundamental” que nos convoca. Se podría afirmar que Bolivia posee una vasta obra cinematográfica, redundante en el sentido de plasmar “lo boliviano” en términos de identidad (cómo nos vemos y aceptamos), empero la construcción de lo nacional sigue en curso por cuanto la contemporaneidad boliviana nunca termina de definirse. Sirva entonces esta lista para concluir esa infinidad desde el arte cinematográfico, y considerando estas obras “fundamentales”, como una primera parte de lo que se seguirá produciendo ulteriormente.

Ubicando estas producciones en la historia de Bolivia, casi todas realizadas a partir de la época democrática (década los 80’s), está claro que siempre se ha destacado la interculturalidad boliviana. El caso de “La nación clandestina” como “Los hijos del último jardín” de Sanjinés, representan esa lucha interior de los bolivianos sobre el sentido de pertenencia hacia algo, arrastrando como herencia (orgullosa) o como carga (negativa), su origen étnico/racial/clase social en un contexto urbano/rural.

“Mi socio” y “Los hermanos Cartagena” de Paolo Agazzi, se alejan de la imagen reivindicativa de Sanjinés y adoptan un discurso común del cine boliviano. En particular “Mi socio”, apelando a la integración entre cambas y collas, la migración, la empatía casi forzada entre dos realidades. “Los hermanos Cartagena” relata el trato del patrón criollo hacia el pongo como tal, ambientada pre revolución del MNR en 1952. A ratos cumple también  una estéril denuncia anacrónica, empero refleja la historia del país y merece ser tomada en cuenta.




En cuanto a “El corazón de Jesús” de Marcos Loayza y “Hospital Obrero” de Germán Monje; dichos filmes se alejan de esa cualidad “boliviana”, cuyas historias podrían remitirnos a otras realidades fuera del país, es decir que podrían suceder en cualquier parte del mundo, encontrando los mismos personajes con diferentes nacionalidades. Ambas películas construyen la riqueza de lo cotidiano, retratando la miseria humana con humor inteligente y con una carga de filosofía light.

Voy a hacer mención especial de la película de Rodrigo Bellot, “¿Quién mató a la llamita blanca?”, a pesar de haber coincidido y discrepado alguna vez sobre esa metáfora que construyó Bellot sobre la bolivianidad. Me refiero a la “llamita” como esa ingenuidad o sentido naif que poseemos todos los bolivianos y que en algún momento de nuestras vidas nos fue arrebatada. Al margen de la estética, de lo “kitsch” o “barroco” de su discurso en imágenes, calificativos esgrimidos por algunos snobs de la crítica nacional, apelo al sentido del humor de los bolivian@s, sobre la capacidad de reírnos de nosotros mismos e indagar quién mató a la llamita blanca.

Debo referirme también a Bellot, como a Martín Bouloq y Sergio Bastani, en su filme “Rojo, amarillo, verde”; como una nueva generación del cine nacional. Esta obviedad trajo consigo una renovación o ruptura, ergo nuevas sensibilidades en el séptimo arte nacional.

Sobre este filme, voy a hablar poco de “Rojo” como de “Verde”, porque ambas partes cumplen con una historia simple. “Amarillo” se aleja y a ratos podría calificar como un videoarte, por lo abstracto de su discurso, los símbolos, silencios, escasez de diálogos, etc. Prefiero evitar decir “experimental” porque cumpliría con el cliché de los snobs críticos de cine nacional de los que hice mención antes.




Finalmente hay que reconocer que Juan Carlos Valdivia se aproxima a la figura de Sanjinés, el relato de lo nacional a través de la migración campo-ciudad, y así también la cultura de un pueblo, en este caso el guaraní, del que muy poco se ha hablado en cine boliviano.

“Zona sur” demuestra un avance o la re significación de una clase social. El cholo paceño que sube al poder ante la decadencia de la clase alta que lo tuvo al margen durante buen tiempo. Sería errado pero me arriesgo a decir que “Zona sur” cumple una tarea de panfleto ante los cambios actuales que vivimos, desde la asunción de Evo Morales. Sea comprendida y perdonada (con ironía) mi sentencia.

“Tierra sin mal-Yvy Marey”, es quizá el punto más alto del cine nacional, porque explora los rituales y la cosmogonía del pueblo guaraní asentado entre los departamentos de Santa Cruz, Chuquisaca y Tarija. Una suerte de advertencia por la posible desaparición de una cultura, que sobrevive a través de su lengua. La narración de la película que se inicia con la nada y que según el pueblo guaraní, el mundo se creó a través de la palabra. Filosofía milenaria conjugada con la voraz globalización que vivimos, Ivy Maray debería forjar un nuevo rumbo del cine nacional, como la nada, partir de un nuevo punto cero en adelante, para descubrir nuevas palabras.


(1) La lista final saldrá publicada en diciembre previa tabulación de datos obtenidos en el sondeo dirigido a varios periodistas culturales, críticos de cine, realizadores, etc.

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