sábado, 14 de noviembre de 2009

UN CAFÉ AMARGO

David Mamani Cartagena




“Mejor perderlos que encontrarlos", así titulaba la revista Rolling Stone en su edición argentina aquellas canciones o discos indeseables para el consumidor. En mi caso como lector la analogía se valida cuando uno lee una novela tan sosa cuyos editores en su contratapa impresa se refieren a ella como de “altísima actualidad, emocionante y bien escrita”. Estos dos últimos apelativos pueden funcionar para complacer las leyes del mercado de la literatura light, sin llegar al nivel de la temática de auto-ayuda claro está.

Anuor Aguilar (Perú), ha publicado bajo el sello La Mancha de la editorial La Hoguera, la novela Café Soledad. El libro fue presentado el día 4 del presente y cayó en mis manos un día después. Al contrario del tiempo que tomo para leer habitualmente un buen libro, este me agarró desde la primera página, más no para leerlo si no para escanear con mis ojos y en breves paradas, una historia de amor cuyo trágico final conlleva a la muerte de una de las partes. Wow !!

Pienso que el riesgo de leer una novela es su extensión. La poesía como el cuento es corta. Antes de terminar aburrido, desistes o pasas de largo la perorata. En Café Soledad, el protagonista (personaje) llamado Juan Carlos Saldaña pareciera que se construye a si mismo desde una crónica periodística, relegando mi interés hacia unos diálogos que se asumen como imprescindibles para considerar el texto una novela. El oficio de Saldaña es el periodismo, coincidentemente. Su historia transcurre en Sucre a fines del 2008, durante las convulsiones sociales que provocaron los muertos de la Calancha a raíz de la redacción de la nueva Carta Magna boliviana. Toda su vida fue corresponsal de noticias durante guerras acaecidas en diversos contextos. Se dedicó al oficio informativo por dos motivos: poder viajar y tocar la guitarra durante sus estancias temporales; y el otro porque estaba enamorado de una periodista, colega de una agencia, una sueca llamada Lirie. Saldaña rememora su pasado sentado en el Café Soledad de la ciudad blanca. Recuerda que conoció a Lirie hace 20 años en otro café de la ciudad de Barcelona, llamado II Café Di Roma. Una mirada furtiva hace posible el reencuentro. Saldaña mira a través de la ventana y observa a Lirie acompañando la suerte de los manifestantes sucrenses. Se pierde en el tumulto. Comienza la trama.

En el café Soledad también se encuentra Jacinto Huanta, mozo que atiende a Saldaña, quien le comenta que tiene varios vástagos alrededor del mundo. Una destacada entre ellos es su hija Juanita quien emigra a España hace 10 años y casualmente aparece en el universo de Saldaña cuando acompañado de sus amigos el Cholo Paucar y Amilcar, comentan sobre ella en el Café Humedad, unos de los primeros lugares itinerantes que el periodista conoce durante su estadía en Barcelona, ciudad testigo de su romance. Sin embargo, Jacinto no sabe que Saldaña conoció a su hija a través de los relatos de sus amigos.

En el afán de encontrar a Lirie, Saldaña sale del Café Soledad a la calle, se enfrenta al peligro con tal de encontrar a su viejo amor. Mientras comienza la peregrinación recurre otra vez al pensamiento y recuerda una breve estadía en Kosovo, ex Yugoslavia. Otros de los reencuentros recurrentes de la pareja; como otro pasaje en una isla de Grecia, donde la sede de la unión es el restaurante Athinaikon. Una vez más el mentado ícono del relato, los cafés, emerge. El café Clarisse de la ciudad de Pristina en Kosovo, se convierte en refugio de Saldaña y Lirie. Hasta aquí decidí exclamar piedad para terminar de leer el entuerto.

Mientras la balcanización sucede, el romance de Saldaña y Lirie se perpetúa en los anales de la ficción del autor. Los últimos capítulos narran en forma cronológica lo que debió haber sido un día de enfrentamientos entre civiles y militares en Sucre, como citamos a principio. En el fuego cruzado, Saldaña encuentra a Lirie, quien fallece en sus brazos víctima de la violencia y la refundación de este país tercermundista. Una vez más dije Wow !!. Fin de historia.

Entre lo más relevante quizá corresponda utilizar una de las citas que Saldaña enuncia al final, para paliar este bodrio literario. “Pasó el tiempo de los comunistas mediocres que buscan conquistar el mundo a base de una ideología totalitaria, armas y prepotencia. Llegó el siglo veintiuno y algunos disfrazaron sus dictaduras de democracia, se pulieron y refinaron. Se dieron cuenta de la existencia de los medios masivos y encontraron la forma de manipularlos, comprendieron el talón de Aquiles de la llamada voluntad popular y supieron utilizar la palanca democrática para torcerla a su antojo: elecciones anticipadas, consultas populares ambiguas, referéndums de todo, por todo y cada fin de semana. Hallaron la llave de una nueva forma de gobernar, amparados por una legalidad de parafina, colocando las siliconas institucionales donde se debía para verse más bonitos en CNN, ante las instituciones regionales y ante sus pares presidenciales con quien salían en las fotografías”.

¿Es un mea culpa hacia el voto popular de los bolivianos en el 2005 o solo el plan de gobierno del partido actual?

Tendré que conformarme con ese minúsculo análisis político que Aguilar escribió, al margen de las diversas elucubraciones idealistas que se entrelazan a lo largo del relato, como citas regaladas y no así sentencias como parte de su narrativa. Ejemplo: “La libertad se siente extraña cuando la obtenemos de un momento a otro, sin luchas ni esfuerzos. Tan extraña como aceptar sin reacciones una opresión incolora, progresiva, anestesiada, desodorizada y disfrazada”.

Ingenuamente pienso que Aguilar tejió este “pliqui” mientras degustaba en algún café o restaurante de la ciudad. Bien por los golosos o comensales que justifican la cuenta del lugar para inspirarse. Ojalá que las musas culinarias se tomen un descanso.

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