domingo, 6 de marzo de 2011

ZONA DE PROMESAS



ENTREVISTA AL ESCRITOR BOLIVIANO RODRIGO HASBÚN

David Mamani Cartagena






“Se bucear en silencio
Tarda en llegar
Y al final, al final
Hay recompensa”  

Soda Stereo


Granta es una prestigiosa publicación literaria de origen inglés, que desde 1983 viene publicando una lista que vislumbra las próximas figuras a seguir en el arte de las letras. Desde ese año al presente ha seleccionado cinco generaciones de autores recomendados, la primera de novelistas británicos, alternando las siguientes entre norteamericanos, muchos consagrados y célebres en sus carreras a nuestros días.

Algunos de los autores propuestos alguna vez por Granta, figuran como desconocidos para el lector boliviano, a excepción del reciente y reconocido por la revista TIME como “el gran novelista americano”, Jonathan Franzen.

La sexta generación incluye una revisión para la región, porque la onceava edición de Granta para el mercado español, ha sido traducida también al inglés, para perpetuar y celebrar la lista de los “22 Mejores Narradores en Español”.

Si tuviéramos que elegir al gran novelista boliviano, cabría un solo nombre: Rodrigo Hasbún. El escritor cochabambino comparte este honor al lado de Alejandro Zambra (Chile), Oliverio Coelho (Argentina), Carlos Labbé (Chile), Andrés Neuman (Argentina), Santiago Roncagliolo (Perú) entre otros que Granta consideró y que resume en su prólogo como aquellos que “están aún por publicar sus mejores libros”.

Son 22 escritores nacidos después de 1975, seleccionados por un jurado compuesto por los editores del reciente número en español, Valerie Miles y Aurelio Major, los escritores Edgardo Cozarinsky y Francisco Goldman, la periodista Isabel Hilton y la crítica Mercedes Monmany.

Sin duda, una previa del futuro de la industria literaria que en palabras de Miles respondidas en una entrevista a la revista Ñ de Argentina (18/02/11, autora Patricia Kolesnicov), “hay que esperar diez años para ver si hemos acertado o no”.

Diez años antes de este honor, Hasbún ya había recibido la atención de otros colegas internacionales como la revista Zoetrope de Francis Ford Coppola, que había ponderado sus textos, al margen de un lugar en la generación Bogotá 39 (autores menores de 40 años).

Desde 2000, Hasbún mantiene una prolífica carrera que incluyó uno de sus cuentos en una antología de la editorial Nuevo Milenio; el 2002 ganó el Premio Nacional de Cuento otorgado por el municipio de Santa Cruz, en dos ocasiones fue finalista del Concurso Nacional de Cuento Franz Tamayo hasta la publicación de “Cinco” (Gente Común), su primer libro de relatos.

El 2007 ganó el Premio Nacional de Literatura Santa Cruz de la Sierra en la categoría de novela, con su obra “El lugar del cuerpo”, publicada luego por Editorial Alfaguara.

Paralelamente a su afición literaria, Hasbún se ha dedicado a escribir guiones de cine. Una muestra plasmada fue Rojo del director Martín Boulocq, con quien también comparte el crédito del Premio de Guión de Literatura y Cine auspiciado por Petrobras en 2007,  titulado “Los viejos”.

Al conversar con Rodrigo Hasbún vía e-mail, notamos el tiempo necesario que toma esperar sus respuestas, un letargo traducido en aquel intersticio que evoca a sus inicios en el siguiente fragmento, para luego responder algunas preguntas sobre su lugar como un gran narrador de nuestro idioma. Al final hay recompensa.


“En mi adolescencia era guitarrista de un grupo de música. Al principio sólo hacíamos versiones de canciones que nos gustaban, pero poco a poco fuimos dejándolas de lado y empezamos a escribir las nuestras propias. Así que lo primero que escribí en mi vida fueron canciones, a veces con mis amigos, a veces solo. En esa época yo estaba  seguro que iba a dedicarme a la música de por vida. Unos años después a algunos nos tocó ir a la universidad y a los meses dejamos de aguantar el ritmo de nuestras vidas dobles y el grupo se deshizo. Yo tenía diecisiete años y de un día a otro, sin darme cuenta, quizá para protegerme de todo lo que sentía que estaba perdiendo, comencé a leer más y más en serio y también a escribir. Como había sucedido antes con las canciones del principio, esos primeros cuentos eran versiones involuntarias de lo que estaba leyendo.



La revista Granta te incluyó en su lista de los 22 mejores narradores jóvenes en español. ¿Cómo te ubicas en la lista? ¿Existe alguna similitud entre tu discurso (estética literaria) con el resto de tus colegas o disientes del sentido generacional?

RH: Eso me parece que se ve mejor desde fuera y que discutirlo, además, le corresponde más a quienes están fuera, a los lectores, que siempre disponen de una perspectiva más amplia. Yo tengo algunas impresiones, pero son eso nada más, y no siempre llegan a algo. Siento, por ejemplo, que hay una resistencia común a asumirnos como parte de una generación y que esa resistencia, casi paradójicamente, revela quizá un rasgo generacional. Siento también que hay una desconfianza y un cansancio compartidos, y eso desemboca a su vez en la brevedad y en la fragmentación de la mayoría de los libros de los escritores de la generación o no generación. Por otra parte, y esto es quizá lo más importante, la mayoría tiene un interés marcado por explorar el lenguaje, por forjar una lengua privada donde confluyan otras y por filtrar discursos mayores –ideológicos o políticos, nacionales o trasnacionales- desde registros menores. Todo eso otro se tensiona ahí, de maneras más ocultas pero no menos significativas.


El diario inglés The Times reseñó la revista Granta, argumentando que la lista obedece a autores nacidos en la era post Franco (España), una generalización ajena claro está. En América Latina con el tema de las dictaduras y otros en boga como la libertad de expresión o la lucha contra la censura al presente, ¿Cuál es tu posición al respecto, es decir sus obras (la de los autores de la lista Granta) tienen un efecto en la política o la realidad boliviana en tu caso?

RH: Lo político se asume desde una perspectiva distinta, pero está ahí. Aparece condensado en las relaciones interpersonales y en los intersticios de la intimidad, en cualquiera de sus grietas. Asoma también, por supuesto, en el lenguaje mismo. En su uso, en sus forzamientos, hay necesariamente una postura ideológica, una manera de mirar.


El 10 de febrero pasado se realizó una mesa redonda en Nueva York (ver aparte), para presentar la edición especial de “Los mejores narradores en español”. Comenta detalles de tu participación e impresiones de este importante acto.

RH: El programa de escritura de la universidad de Nueva York reunió a siete de los escritores seleccionados y armó un par de mesas redondas. Querían que habláramos de nuestros proyectos, de nuestras convicciones y disidencias, quizá con un interés similar al tuyo de intentar rastrear posibles rasgos generacionales.


Se podría afirmar que la lista de Granta es tu segundo reconocimiento por una revista especializada en literatura. Antes fue Zoetrope de Francis Ford Coppola. ¿Cuál es la relevancia y diferencia entre Zoetrope y Granta destacándote como autor (una publicación norteamericana y la otra inglesa)?

RH: Sus procedimientos de selección fueron diferentes. Zoetrope publicó una antología armada por Daniel Alarcón y Diego Trelles Paz, a quienes invitaron a encargarse del número. Lu búsqueda de Granta incluyó a un jurado y fue más exhaustiva. Pero creo que finalmente las dos revistas intentaron llegar a lo mismo: constituirse como muestrarios rigurosos. Lo que no quiere decir que fuera de ellos no estén sucediendo escrituras igual de interesantes.



Retomando como referencia tu selección en la antología Bogotá 39 y el cliché temporal como es la edad, ¿Qué pasará cuando pases los 40, desaparecerá la magia o el estigma del novel escritor para pasar a la adultez?

RH: No me gusta pensarme así, como si fuera un atleta. La literatura tiene un ritmo diferente, juega a otra cosa, más allá de lo que se haga fuera de ella. Más allá de las etiquetas.


Háblanos sobre algunos escritores que te han influenciado.

RH: Un poco siguiendo con lo que te decía al principio, siento que mi verdadero aprendizaje de escritor sucedió en la música. La posibilidad de una experiencia más sensorial, que exalta o conmueve a partir del ritmo y de las atmósferas que crea, es algo que en la música se ofrece de forma casi natural y yo he intentando tenerlo presente cuando escribo. Luego me fui acercando a escritores y cineastas que eran tremendos en ese sentido. Estoy pensando en Onetti y Saer, en Cheever y Colm Tóibín. Y también en Cassavetes y Béla Tarr, en los hermanos Dardenne, en Wong Kar-Wai. A todos ellos los admiro de forma incondicional. Eso, desafortunadamente, no equivale a que me hayan influenciado o a que haya aprendido lo suficiente de ellos.


Comenta tus proyectos a futuro.

RH: Los viejos, la película que escribimos con Martín Boulocq, y en la que estuvimos trabajando todos estos años, se estrenará muy pronto en Bolivia, me parece que en abril. Y mi próximo libro se publicará en septiembre. Titula Los días más felices y está compuesto de trece cuentos que fueron acumulándose desde que publiqué Cinco.


MESA REDONDA EN NUEVA YORK



El jueves 10 de febrero de 2011 se realizó en el King Juan Carlos Center de la Universidad de Nueva York (NYU) la mesa redonda “Cuando sea grande publicaré en Granta: A Spanish Writing Round Table”. En la mesa participaron algunos de los escritores que la revista seleccionó para su número sobre los mejores narradores jóvenes en español. Coordinaron la mesa los escritores Antonio Muñoz Molina y Lina Meruane. Para la ocasión, Lina Meruane invitó a  los autores a que escribieran en quinientas palabras una poética personal. A continuación publicamos el texto que leyó Rodrigo Hasbún en esa ocasión.



Confieso que siempre que me preguntan cómo va la nueva novela respondo que muy bien, que va avanzando, que en unos meses estará lista, pero que en realidad esa novela no existe. Confieso además que solo he publicado dos libros y que ninguno de ellos tiene más de ciento veinte páginas.

Confieso que a los treinta años ya no me siento tan joven.

Confieso que admiro cómo trabajan algunos cineastas. Digo, eso de rodar cien o doscientas horas de material durante meses o años para al final quedarse solo con una o dos. A mí me gusta escribir desde una predisposición similar, sabiendo que para llegar a una página que más o menos funcione, a veces hacen falta diez o veinte muy prescindibles.

Confieso que tengo una debilidad por lo que sucede dentro de los autos, por las emociones que proliferan ahí, y también en los baños y en los dormitorios. En la intimidad de esos lugares cerrados (“en la intimidad como proyecto”) se revela algo que siempre la excede. Confieso, en otras palabras, que para involucrarme y comprender la magnitud de una guerra, a menudo prefiero nada más la historia de uno o dos soldados.

Confieso que en mi vida diaria soy un tipo muy callado, que tardé varios años (cuatro o cinco o seis) en empezar a hablar, que en realidad nunca aprendí del todo. Confieso que soy uno de esos escritores demasiado lentos y demasiado confundidos a los que es mejor no invitar a eventos como éste.

Confieso que hace algunos años no dejaba ningún libro a medias y que ahora sí, todo el tiempo y sin ninguna culpa. Confieso a la vez que cada tanto, para recordar lo que fue tan importante al principio y lo que debería seguir siéndolo, releo alguna página suelta de Onetti y alguna de Coetzee y alguna de Ginzburg y alguna de Tóibín.

Confieso que pese a todo siento que mi formación como escritor le debe más al cine y a la música que a la literatura y que hay épocas en las que prefiero ver películas o sentarme a oír un disco tras otro en lugar de leer. Confieso que mi formación como escritor, por otra parte, deja mucho que desear. En el fin del mundo, al margen de los que ya otros llamaban el margen, los estímulos eran pocos y resultaba casi imposible conseguir esas películas y esos discos y esos libros que nos hubieran hecho tanto bien.

Confieso que desde hace un tiempo he descubierto que a veces mis horas más productivas consisten en quedarme oyendo conversaciones ajenas en el café o mirando a las meseras trabajar. En ese tiempo muerto algo sucede mientras tanto. La silenciosa acumulación de detalles que, en el mejor de los casos, algún día importarán.

Confieso que me conmueve esa anotación de Tarkovsky donde escribe que el arte nos prepara para morir. Y para vivir, que me gustaría añadir a mí.

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